LA ÓPERA

(ii) La Ópera

Muchas de las cantinas del centro y de las barriadas de México mostraban en sus puertas de vaivén un chorreado letrero: "Prohibida la entrada  a mujeres, vendedores ambulantes y uniformados", la discriminatoria disposición se extendía hasta las concurridas pulquerías donde discretamente, por algún lado de la fachada aparecía una ventanita que era la Sección de Mujeres, acondicionada con un mostrador donde se despachaban los tlachicotones hidalguenses "Para llevar". Por fortuna, hoy las cosas han cambiado y las damitas pueden aspirar hasta a ser presidente de sus naciones.

Solíamos ir con mucha frecuencia al Bar La Ópera, donde se comía muy bien y se bebía mejor. Cierta tarde veraniega Armando Basurto, Alejandro Morones, Pepe Martínez y yo, nos tomamos la "irresponsable", no regresamos al trabajo y en alegre charla criticamos a don Gustavo Díaz Ordaz y a su Tigresa, lamentamos la muerte de don Adolfo López Mateos y yo expresé mi alegría por el buen paso de los Potros de Hierro del Atlante del general Núñez.

Ya para entonces las circunstancias eran otras y todavía con cierta timidez, las señoras y una que otra señorita se atrevían a entrar a esos recién autorizados sitios para el acceso femenil; pedían una cubita de Don Pedro, un Campari o un "Tom Collins" con ginebra Oso Negro, botaneaban y rápidamente  organizaban una ronda de dominó. En aquella tarde, en una mesa vecina se acomodaron cuatro chicas de mediana edad y al tiempo que consumían sendas bebidas, se dedicaron a aventar las fichas con ruidosa enjundia, como si con ello enfatizaran la bondad de la jugada; avanzó la tarde y ya entrada la noche seguían concentradas en su reñido juego, de repente se oyó el típico ruido de vasos rotos al caer y de unas sillas que también fueron a dar al suelo con mucha fuerza, mientras una de las jugadoras increpaba a su compañera:

--"¿Qué no sabes contar?, ¡pendeja!, ya te ahorcaron la mula de seises"--

y uniendo la violencia de palabra a la agresión física, la tomó de los cabellos zarandeándola tan fuerte que ambas rodaron por el piso y se enredaron en feroz combate, tanto que Carmelo el cantinero tuvo que pedir ayuda para separlas; aún recuerdo sus ojos desorbitados por los jalones de cabello que se daban y los arañazos con que se surcaban el rostro, también hubo mordidas.

Ya todo es diferente, se ven más borrachitas que borrachitos y las disputas en cantina hoy día son menos salvajes.   Que tengan buen día,  memo.

Comentarios