MI CABALLO Y MI PERRO ESTÁN TRISTES

MI CABALLO Y MI PERRO ESTÁN TRISTES

   "Mi caballo y mi perro están tristes
porque anoche me vieron llorar,
yo se bien que los hombres no lloran
pero ayer no me pude aguantar,,,"

Así empieza una vieja canción ranchera auténtica de verdad. La aprendí siendo muy niño pues mi papá nos la cantaba-tarareaba a María Eugenia mi hermana y a mi como si fuera canción de cuna y muy atentos la oíamos como si de un cuento maravilloso se tratara. Mi natal Nueva Rosita de aquellos años era un pequeño poblado que vivía de la explotación carbonífera, apretaba el frío en invierno y el calor de verano era insoportable sin un aparato "cooler" que en ocasiones resultaba insuficiente para refrescar la recámara principal, el otro cuarto solo contaba con un ventilador "Westinghouse", que ese si, era incapaz de cumplir la exigente función de bajar un poco la temperatura de las sofocantes noches.
Recién había terminado la guerra civil española y flotaba en el aire la incontenible expansión de la segunda guerra mundial, que con el ataque ruso a Polonia en septiembre uno de 1939, fatalmente había comenzado, justo un día después de mi primer cumpleaños.

"Y es que anoche Tiburcio y Atanasio
me vinieron corriendo a avisar.
que el papá y la mamá de mi  chata
se la llevan pá la capital..."

Dejó mi papá su quehacer en la ASARCO y fuimos a vivir a Torreón a  principios de1943. Mi papá encontró una buena oportunidad de trabajo en la compañía aérea  "Líneas Aéreas Mineras", que con viejos aparatos cubría servicios de carga y pasajeros en el noreste del país. Tuve en ese medio ambiente laboral del jefe de familia, experiencias inolvidables: como volar en un avión trimotor Ford de los años veinte, que al revolucionar sus tres máquinas para el despegue, se estremecía ruidosamente y el fuselaje parecía desarmarse. Me tocó también subir en un pequeño Lockheed Vega, monomotor de seis pasajeros, en el que el piloto debía tener la suficiente condición atlética para entrar a la cabina de mando, por completo separada del espacio de pasajeros, subiendo por el exterior para deslizarse a su asiento desde lo alto del aeroplano. Estos aviones dieron un alto rendimiento de operación aunque ya habían llegado para imponer su extraordinaria condición los legendarios Douglas DC-3, que de repente aún hoy, se dejan ver siendo apreciadas piezas de  museo. Todavía en Banco de México me tocó volar en un bien mantenido DC-3 que pilotaba el capitán Corzo, auxiliado por el rejoneador "play-boy" Mauricio Locken Izaguirre; en ese aparato hicimos los primeros viajes a Zihuatanejo y de veras la llegada al puerto era escalofriante pues para tomar la pista había que pasar por un corredor de montañas a unos cuantos metros de ambas  alas del Douglas.
Ajeno a mi relato personal, no puedo dejar de mencionar el bimotor Lockheed Electra, poderoso avión que llevó a Amelia Earhart por muchos rumbos del mundo hasta que el dios Neptuno le pasó la cuenta y la valiente aviadora se perdió en algún lugar desconocido del Océano Pacífico y nadie, desde 1937, volvió a saber nada de ella. Todavía Juan O´Gorman, en el fantástico mural de la sala principal del aeropuerto de la ciudad de México, pintó a la señora Earhart   junto a Charles Lindbergh. Nunca volví a ver el mural, ¿Alguien  me pude decir dónde fue a dar después de las remodelaciones del aeropuerto Miguel Hidalgo?,  ahora de  corta esperanza de vida.

"Sus papás no me quieren por pobre
y con otro la quieren casar,
van   buscando que yo me la robe
ya que por la buena no me la han de dar..."

Ligado mi papá a trabajos administrativos de Líneas Aéreas Mexicanas, LAMSA, llegó con la familia a su natal San Luis Potosí a finales de 1943 y entrando el siguiente año,  nos  matriculó a María Eugenia y a mi con la señorita Magdalena Medina en una escuelita tan modesta que no llegaba a los veinte alumnos, la señorita Medina era una  sencilla   maestra de admirable vocación por la enseñanza, ella, guiando mi mano infantil,  me fue pacientemente dando las primeras lecciones de caligrafía con las que después de muchas libretas escolares  llenas con el A, E, I, O, U, pude conjugándolas con las letras consonantes ir formando palabras al mismo tiempo que iba aprendiendo a leer en  el libro de texto "Poco a poco",  en cuya cubierta aparecía un cuadro muy colorido con un niño trepando afanoso un  árbol frutal, quizá un manzano.  Mi eterna gratitud a la señorita Medina.
El espacio reducido de la minúscula escuelita, tenía suficiencia únicamente de pre-primaria, razón por la cual fui a parar al Colegio Motolinía, donde la señorita Ana María de la Rosa, directora del plantel, tras breve examen me inscribió en la primaria, que cursé desde 1945, para salir del sexto grado en 1950, al mero parte aguas del siglo veinte, del que haciendo una arbitraria, tal vez incorrecta analogía, fue tan trascendental, "mutatis mutandis", para la humanidad como el cambio renacentista del siglo quince; la historia dirá la última palabra.

"Ensillé mi caballo cerrero
y fui al pueblo a saber la verdad,
y al mirar su casita tan sola
como un niño me puse a llorar..."

Hay recuerdos muy indelebles aunque de impredecible recurrencia, los que de vez en cuando se presentan sin ninguna causa o circunstancia, nada más aparecen, los meditas y simplemente regresan al mundo del olvido, ...quizá para siempre.
1945 dejó grabados en mi cabeza muchos de esos recuerdos deshilvanados. Uno muy doloroso fue cuando en México se presentó una epidemia de meningitis infecciosa y entonces no se disponía de antibióticos y las medicinas existentes resultaban de escasa capacidad para atacar el mal. Tenía  una hermanita, Lupita, de siete meses de edad que resultó contagiada y aunque el doctor Padrón la atendió con mucha entrega profesional y humana, la inocente criatura cerró sus ojitos para siempre en 7 de marzo de 1945 al filo de las cuatro de la tarde. Ese día vi llorar de verdad a mi papá que abrazando inconsolable a mi deshecha mamá, compartía con ella el dolor más grande que pueden sufrir los padres. María Eugenia y yo también padecíamos con incontenible llanto el tremendo próximo desenlace, sobre todo cuando unos quince minutos antes, tal vez diciendo adiós, todavía nos dirigió Lupita una sonrisa casi imperceptible, muy dulce entre angustiosa y dolorida, luego emitió unos débiles quejidos y se fue apagando en desesperante silencio su breve vida.

Tanta tinta y miles de toneladas de papel se han gastado en torno a la segunda guerra, que no cabe que este  diletante narrador de Notitas Voladoras, mencione a Adolfo Hitler, José Stalin, Bernard Montgomery, George Patton, Douglas Mac Arthur o siquiera al ya para entonces ausente Benito Mussolini, que se  fue del mundo junto con Claretta Petacci colgados de sus tobillos; horrendo fin para los dos.
Lo que si cabe mencionar es al "Trabuco", muchacho singular de unos doce años, inteligente y de mente fantasiosa. Él aparecía en su desvencijada bicicleta "Hércules" sin salpicaderas a la hora del recreo, en que salíamos todos los niños al Jardín de San Miguelito, nadie sabía de donde llegaba ni a donde iría, lo importante es que "El Trabuco"nos embobaba con ocurrencias muy ingeniosas y para aquella época de absoluta actualidad. Cierto día, nos dice muy serio: el Mariscal Rommel era hijo de Pancho Villa, quien lo enseño a tirar balazos certeros con todo tipo de pistola. "El Trabuco" nos hizo creer que  Pancho Villa enseñó a su hijo Rommel a despistar al enemigo con un truco muy simple: Si Villa quería que su caballada fuera hacia el oriente, cambiaba a los cuacos las herraduras al revés y asi despistaba al enemigo al ver que las huellas iban al poniente; eso mismo, siguiendo la enseñanza paternal, hizo Rommel: volteaba las orugas de los tanques de tal forma que la huella en la arena indicaran lo contrario y en las arenas de  Libia provocaba que las fuerzas de Montgomery se fueran al lado contrario. No me imagino a los caballos con las herraduras pá tras, pero cuando tienes seis o siete años la inocencia manda. 

"Mientras tenga yo juerza en los brazos
a la brava tendré que vencer,
da lo mismo labrando los campos
que peleando por una mujer...."
Tenía mi papá su oficina en el Hotel Colonial de doña Celia...viuda de Allende, ahí solían los matadores de toros vestir sus trajes de luces para luego marchar a "El Paseo". Por la condición de mi papá de rentar un espacio en el establecimiento se me facilitaba el acceso con los cuidadores, esta situación me permitió ver muy cerca a grandes toreros de época como lo fueron Fermín Espinoza "Armillita", Luis Castro "El Soldado", Luis Procuna "El berrendito de San Juan", Gregorio García, Fermín Rivera el grande y muchas otras grandes figuras.
Pero lo que más grabado tengo es cuando llegó el 12 de diciembre de 1946, día de la Virgen de Guadalupe, y vea usted que cartel ofreció la empresa a la exigente afición potosina: Silverio Pérez "El faraón de Texcoco", Manuel Rodríguez "Manolete", también conocido como "El monstruo de Córdoba" y complementando cartel "El rey del temple" Chucho Solórzano Dávalos, 3/4  hermano de nuestro queridísimo Javier. Despacharon seis bien armados bichos de "La Punta" y no se más porque no me llevaron a la corrida, cosa que si sucedió con Alejandro y Humberto Morones. Para mi lo presumible del acontecimiento es que pude ver muy cerca a tan señoriales figurones. Pocos meses después el toro de Miura "Islero" dispuso de "Manolete". Dice un poema al comenzar: "En Córdoba se ha enlutado el más alto minarete, en Córdoba se ha enlutado el mas alto minarete, que en la plaza de Linares, mató un toro a Manolete, que en la plaza de Linares, mató un toro a Manolete..."

"Hoy montado en mi cuaco y al trote
voy con rumbo de la capital,
donde quiera que esté yo la encuentro
y a la brava me la he de llevar,"  Asi termina la vernácula canción de mis claros recuerdos, que tantos otros me vino a provocar, y antes de ir a buscar a mi amigo Óscar Chávez, (quizá de los pocos que la tengan presente), para a dúo cantarla, voy a narrarles un curioso acontecimiento, mezcla del pasado lejano y el pasado reciente.
El aeropuerto de San Luis no era otra cosa que una simple pista corta y angosta que corría de nor-oeste a sur-este. aproximadamente lo que ahora es la avenida Cuauhtémoc. Las instalaciones eran precarias y la sala de espera no admitía más de cincuenta personas. Operaban dos compañías: "ATSA" Y "LAMSA"  y en un reducido hangar, guardaba el capitán Guillermo Gilbert sus avionetas Piper "Cub" y Aeronca, con las que daba lecciones de vuelo, complementando su trabajo de instructor con viajes particulares, pilotando otros aviones más calificados propiedad de empresarios y hacendados potosinos.  Los dos gerentes de las aerolíneas y el capitán Gilbert llevaban una magnífica relación amistosa. 
Pasaron muchos años, mi papá, de LAMSA y el capitán Gilbert murieron; del señor de ATSA no supe nada más; pero si lo recuerdo como persona de muy distinguida presencia, alto, de una delgadez atlética y aunque en ese tiempo rondaría los treinta años de edad, para mi aquel muchacho era ya todo un señor formal. Hablaba un magnífico inglés, fluido pero lo suficientemente pausado para matizar más la calidad de su lenguaje.
El tiempo se va pronto y mediados los setenta, un día me dice Gabriel Ochoa: ...Vente, viejito payote, mi jefe nos invita a comer, de inmediato acepté la repentina invitación y antes de media hora ya estabamos instalados en concurrido restaurante de la Colonia Condesa. Don Andrés, que asi se llamaba el papá de Gabriel nos regaló una tarde inolvidable repleta de anécdotas curiosas y circunstancias particulares que le había tocado vivir; gran conversador, de repente dibujaba una leve sonrisa lo que nos provocaba una mayor atención a sus palabras. La tarde se fué volando y cuando comenzaba a anochecer, de repente me preguntó: Oye Memo, ¿Qué eres tu de Alfonso Aranda de San Luis Potosí?, me quedé sin habla unos segundos y muy serio le contesté: Alfonso Aranda era mi papá, que ya se fué hará un par de años. ¡Caray, lo siento! no supe nunca eso, fuímos muy amigos en San Luis y bien que pasamos tardes inolvidables platicando de automóviles, aviones y de lo difícil del entorno internacional con la guerra mundial,.., Nunca volví a ver a don Andrés pero sabía de él por Gabriel.

Ya me despido, la Notita Voladora se convirtió en un legajo de barandilla policial.
Que tengan buen día y todo lo mejor de la vida.
                                                                                                     memo.

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