DEL SEGUNDO LIBRO DE LOS REYES


DEL SEGUNDO LIBRO DE LOS REYES

Ese domingo dos de julio, XIII del tiempo ordinario conforme a la liturgia católica romana; muy temprano se levantó de la cama don Máximo Pérezosorio, tomó su acostumbrado regaderazo de agua fría, rasuró cuidadoso su barba de veinticuatro horas con el rastrillo de siempre, de hoja Gillette de doble filo que ya son difíciles de encontrar y que al señor Pérezosorio son las que acomodan. Su esposa, doña Constantina Fregonard, tomó su baño de agua hirviendo y luego se afanó pacientemente a los arreglos faciales que tanto procuran las señoras en su ilusión de vencer a la naturaleza. Después de frugal desayuno, obedeciendo a la costumbre de cincuenta años de vida conyugal, plena de amor y armonía, se dirigieron a la parroquia de San Nicolás de Bari para asistir con mucha devoción al santo sacrificio de la misa.

Doña Constantina Fregonard de Pérezosorio, suele llevar un misal que cuida exageradamente, don Máximo prefiere oír muy atento al sacerdote oficiante, lamentándose que ya no sean celebradas en latín las misas dominicales, como solían serlo en tiempos de su juventud, cuando las mujeres, jóvenes y viejas entraban al templo con velo cubriendo sus cabezas y al menos la ceremonia tenía asi mayor solemnidad.

Llegó el momento de la Primera Lectura, en esa ocasión tomada del Segundo Libro de Los Reyes y que al tratar de explicar a los feligreses el pasaje bíblico de "Eliseo y la sunamita", el joven padre Ricardo se vio muy confundido y hasta balbuceante cuando notó que los feligreses no entendían ni media palabra de su homilía, situación que preocupó a don Máximo en lo más profundo de su alma ingenua. Después de comulgar y recibir la bendición, salió la virtuosa pareja del templo y muy distraído el señor Pérezosorio apenas probó bocado en el concurrido restaurante al que acostumbra ir con doña Constantina una vez cumplida la obligación hebdomadaria, cuando por antojo deciden saborear un buen filete, acompañado con mesura de un vino español, de preferencia riojano.

Doña Constantina Fregonard de Pérezosorio, preocupada al observar el desconcierto de don Máximo su marido, ya en el automóvil de regreso a casa, preguntó: ¿Qué te pasa, Cariño? no me gusta verte así, te conozco y algo te sucede, Vida, que no me quieres decir, pero bien sabes que si yo te puedo ayudar, nada más me lo dices y gustosa lo hago. - No tengo nada, Corazón, respondió tiernamente a su señora y se hizo el silencio total, interrumpido solamente por el ronroneo apenas Audi ble del motor del carro.

Al llegar al hogar, intrigado el señor Pérezosorio, bajó al sótano a su biblioteca-bar de mediano pero ecléctico surtido y directo fue al alto librero donde ha dado un lugar preferente a la Santa Biblia de magnífica edición e ilustrada abundantemente con las dramáticas y fantásticas litografías de Gustavo Doré. Buscó y rápido encontró el pasaje "Eliseo y la sunamita" en el Segundo Libro de Los Reyes (4)--8,9,10,11,12,13,14,15,16,17). El buen cristiano Máximo Pérezosorio, con ansiosa lectura, muy sorprendido pudo saber que:

"...un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer.

"Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios.

"Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando el viniere a nosotros, se quede en él.

"Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió.

"Entonces dijo a Giezi su criado: Llama a esta sunamita. Y cuando la llamó, vino ella delante de él.

"Dijo él entonces a Giezi: Dile: He aquí tu has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército? Y ella respondió: Yo habito en medio de mi pueblo.

"Y él dijo: ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo.

"Dijo entonces: Llámala. Y él la llamó, y ella se paró a la puerta.

"Y él le dijo: El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Y ella dijo: No señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva.

"Más la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho.

"Y el niño creció..."

Don Máximo Pérzosorio decidió olvidar la misteriosa gravidez de la sunamita, declarándose incompetente para formar juicios tan delicados y proponiéndose consultar tan pronto sea posible al doctor Chacho Ochoa, reconocido especialista en cuestiones de fecundidad, para que con visión científica, le explique cómo fue que Eliseo prometiera con tanta seguridad la maternidad a la hospitalaria y dadivosa mujer originaria de Sunem.

Para distraerse un poco, don Máximo, hombre probo, mejor se dedicó a ver las litografías que tanto aprecia, sobre todo la de "Daniel en el foso de los leones". en la que el santo y sabio varón aparece muy apacible con dulce mirada hacía la boca del horrendo socavón, rodeado de siete enormes leones, que fieles a su comportamiento de gigantescos gatos, lo rodean melosos esperando tal vez una caricia en la nuca muy desaseada, poblada de abundante y áspero pelo y seguramente invadida por legiones de voraces parásitos... Absorto en sus reflexiones, pegó un salto de la silla cuando de repente el señor Pérzosorio, escuchó como trueno la voz de su amada doña Constantina Fregonard: ¿¿Qué tanto haces allá abajo??

Memoranda.

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