DEUDA DE GRATITUD

Estamos muy agradecidos contigo por acompañarnos en la última despedida de Poncho, mi bienamado hermano "Cuplé".
San Alfonso María de Ligorio fué su santo patrón y me di a averiguar un poco alrededor de este singular personaje, al que solamente conocía en una pintura antigua de regulares dimensiones que mi papá compró mediados los cuarenta en alguna tienda de antigüedades de Oaxaca. El retrato era de un pintor anónimo, lo cual no demeritaba su calidad artística; recuerdo bien la mirada profunda del santo y la severa expresión de su rostro, lo que me lleva a pensar que fué un individuo de recio carácter, ya un poco encorvado por la artrosis cervical de que fué víctima una parte considerable de su vida.
La pintura estaba montada muy dignamente en un marco dorado finamente trabajado, que sería digno de alguna obra del más puro rococó y que era el ornato más distinguido de la casa.
Con este antecedente, fuí ahondando en la vida del santo varón y encontré que nació y murió en el entonces reinado de Nápoles. Se asomó a la vida en 1696 y cerró los ojos en 1787. Durante toda su larga existencia desempeñó con mucha diligencia sus tareas de clérigo, abogado y escritor, llegando a redactar más de cien libros de los que sólo tengo la vaga referencia de "Las Glorias de María", obra de la que mucho oí hablar y nunca leí y que debo agregar a las asignaturas pendientes, quizá alcance a por lo menos darle un repaso.
Como abogado se desempeñó tan brillantemente que es considerado como el santo patrón de los jurisconsultos y tomaba con tanta vehemencia su función de defensor que en las ocasiones que perdía un caso, se desplomaba por largas temporadas en una profunda depresión de su estado de ánimo.
Sus múltiples talentos y virtudes lo elevaron al obispado de la diócesis de Agatha di Goiti por allá en 1762, distinción que en un principio declinó y que solamente por mandato papal finalmente aceptó.
Fué el fundador de la Orden de los Redentoristas y llegó a sufrir traiciones y crueles ingratitudes de miembros de la propia orden por él creada, pero siempre congruente con sus convicciones, llegó hasta el final de sus días con ejemplar integridad. Ya entrado el siglo XIX, el Papa Gregorio XVI tuvo a bien canonizarlo en el año de 1839.
Cuenta la leyenda que San Alfonso era un taumaturgo capaz de realizar impresionantes proezas, como aquella de impedir que la lava ardiente que babeaba el Vesubio siguiera su destructor camino y lograr con la señal de la cruz, que el viscoso líquido revirtiera su camino y cuesta arriba regresara a las fauces del colosal volcán, al tiempo que una copiosa lluvia se precipitaba sobre toda la región. Ojalá el santo personaje hubiera estado presente el 24 de agosto del año 79 para librar a Pompeya de su horrible final.
Muchas gracias nuevamente por tus finas atenciones y tu amable compañía.
Hasta siempre,   memo.
C.c.- Alfonso Aranda Alonso, domicilio conocido.

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